Con los primeros preparativos y la creación de los talleres,
comenzaba la ilusión de vivir estos días con un grupo de chicos discapacitados
y sus familiares. Además, la intriga propia de lo novedoso, a veces confundida
con miedo, también me invadía un poco.
El Miércoles Santo llegamos a Valencia algunos de los voluntarios
que compartiríamos esta experiencia. Las Hermanas de la Consolación nos abrían
las puertas de su casa que sentimos como propia por su inigualable
hospitalidad.
Al día siguiente, comenzamos a trabajar: mañana de manualidades y
organización para dejar todo listo antes de que llegaran los chicos.
Es complicado resumir estos días en los que hicimos tantas cosas: celebración
de los Oficios, lavatorio de pies, Hora Santa, Vía Crucis, talleres, gymkana,
Adoración de la Cruz y Vigilia Pascual. Y, en este caso, no resulta tan difícil
por el número de actividades, sino por la profundidad e intensidad con la que
vivimos cada una de ellas.
Han sido unos días en los que hemos experimentado lo que es vivir
en comunidad y lo hemos compartido todo: las risas, los llantos, los anhelos de
nuestro corazón, la oración y la alegría de sentirnos queridos por Dios y por
los demás.
La organización de talleres fue una gran oportunidad para unirnos
a los voluntarios. Los más veteranos, gran ejemplo para los novatos como yo,
han demostrado un cariño y amabilidad increíbles. El ambiente se ha
caracterizado por ser el de una familia, siempre y con todos. Por eso, os
agradezco enormemente la disposición con la que nos habéis acogido. Espero que,
ocasiones como esta, nos vuelvan a unir muy pronto.
En el primer taller modelamos con los chicos cruces de fimo. Un
trozo de pasta blanca nos representaba a nosotros y el de color simbolizaba el
color que Dios pone a nuestra vida. Me atrevo a decir que nosotros solo
dirigimos la actividad, porque al final siempre eran ellos los que aportaban
tonalidades nuevas a nuestro vivir.
En otros talleres reflexionamos sobre “qué tengo en mi corazón”,
“qué necesita mi corazón” y “qué puedo aportar yo al mundo”. Es increíble
comprobar la conciencia social de estos chicos, la capacidad de analizar muchos
problemas y su gran discernimiento. Apasionante poder aprender de su auto exigencia,
de su humildad y generosidad, que les lleva a ponerse en último lugar y a
cuidar de aquel que ven más débil. Sorprendente es su capacidad para entender
que todos podemos aportar algo al mundo y que Dios así lo quiere, eligiéndonos
a cada uno para llevar a cabo su plan redentor. ¿No es acaso éste otro regalo?
Por otro lado, destacaría la Adoración de la Cruz, por ser para mí
uno de los momentos más intensos de la Pascua. Una oportunidad de encontrarnos
con Dios y con nosotros mismos y, con humildad, pedir perdón y dar gracias.
Creo que este fue el momento en el que más aprendí. De verdad
valoré todo lo que estos chicos nos pueden enseñar, cuánto sus familias, cuánta
generosidad cabe en sus corazones, cuánto de Dios hay en ellos y cuánto los
necesita la sociedad.
Después de ese momento, me
pareció que el lema de aquellos días: “El regalo de la Pascua. Jesús se entrega
por ti”, para alguien como yo estaba incompleto.
Para mí no ha habido un solo regalo. Jesús también me regaló cada uno
de esos días una gran lección, una mirada nueva, una alegría especial y la
experiencia de un amor puro. Comprendí, entonces, que aquellos chicos eran un
regalo que Dios estaba poniendo en mi vida, un signo de su cercanía.
Me gustaría dar las gracias a todos los que formasteis parte de
esta Pascua. Gracias a las Hermanas de la Consolación por hacer que esto sea
posible, por vuestra generosidad, ayuda, disposición siempre desinteresada,
vuestro cuidado, ejemplo y sonrisa perenne.
Gracias a los voluntarios más veteranos por vuestra acogida.
Habéis sido para mí un ejemplo. ¡El mundo necesita más jóvenes como vosotros!.
Gracias a las familias y a los miembros de “Fe y Luz”. Es
increíble lo que hacéis cada día. Gracias por compartir esta experiencia con
nosotros y gracias por vuestro ejemplo de vida.
Gracias, por supuesto, a los chicos. Habéis sido un ejemplo de
humildad, superación, generosidad y coherencia. Gracias por transmitirme esas
ganas de vivir más allá de las dificultades, vuestra alegría, y recordarme la importancia
de los pequeños gestos. Gracias por vuestro ejemplo de fe y amor.
Gracias a Dios por mostrarme tanto a través de vosotros. Gracias
por hacerte presente en las cosas pequeñas y grandes, por tantos regalos que
pones en mi vida. Gracias por despertar en mi, desde la sencillez, la capacidad
de ver lo esencial.
Decía San Agustín: “Da lo
que tienes para que merezcas recibir lo que te falta.” Qué poco he dado y
cuánto me habéis aportado vosotros. No cabe duda de que Dios siempre multiplica.
Lucía M
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